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La Parroquia “Santa Teresita del Niño Jesús” fue fundada el 04 de diciembre de 1960,  siendo Obispo Mons. Raúl Silva Henríquez, y párroco fundador el Pbro. Felipe Gutiérrez Esquiró; este sacerdote que nació en España en Castilla la Vieja en 1929, que llegó a nuestro país en 1956, y a Quillota  en 1959. Cuando comenzó no había Iglesia, terreno, ni casa parroquial y durante varios años vivió en la capilla San Antonio, en el fundo El Molino.  Pronto entró a trabajar como obrero en la Fábrica Rayón Said y se le concedió la casa Nº 164; y luego la Empresa donó el terreno para la Iglesia y una Escuela, y así se inició la Campaña Pro-Construcción, con aportes de suscripciones, donaciones y actividades con los vecinos del sector. Todo esto acompañado con una inmensa labor evangelizadora que se ha mantenido hasta  el día de hoy. El nombre de “Santa Teresita”, lo decidió el mismo Padre Felipe, pues desde niño profesó gran devoción a dicha santa.
El primer templo parroquial fue Consagrado el domingo 23 de diciembre de 1967 por el Arzobispo- Obispo de Valparaíso Mons. Emilio Tagle Cobarrubias.
Posteriormente, el 26 de Abril de 1997, fue Consagrado el actual templo por Mons. Francisco Javier Errázuriz Ossa, siendo párroco el Pbro. José Donoso Cheliu.

Hoy al cumplir un año más de evangelización, nuestra parroquia, cuenta con las siguientes comunidades: San Pedro, San Pablo, San Antonio, Ntra. Sra. del Carmen.

Demos gracias Dios por darnos la fortaleza y la perseverancia para seguir el camino Misionero bajo el amparo de Santa Teresita de Lisieux

 

Párrocos

 1960 - 1970. Pbro. Felipe Gutiérrez Esquiró

1970 - 1975. Pbro. Ángel Pascual

1975 - 1981. Pbro. Julio Balog

1982 - 1985  Pbro. Juan C. Fernández

 1986 - 1988  Pbro. Pedro Zúñiga                       

 1991 - 1993  Pbro. José Antonio Atucha

1994 - 1998  Pbro. José Donoso Cheliú

1999 - 2005  Pbro. Claudio Ortiz Vásquez

2006 - 2013  Pbro. Mario Mardones Chacana

2013 -           Pbro. Enzo Salazar Mendoza

 

 

 

 

“El Sacerdocio es el amor del Corazón de Jesús”

San Juan María Vianney, Cura de Ars

Entrevista realizada por la revista I-Trillo, al Padre Felipe En Guadalajara (España), el año 2008.


Felipe Gutiérrez Esquiró, el trillano que construyó tres iglesias en Chile.



 Felipe Gutiérrez Esquiró nació en Trillo, en 1929. Desde niño tuvo muy clara su vocación religiosa, y también que su misión en la vida iba a ser la de ayudar a los demás en los lugares más desfavorecidos, por encima de cualquier consideración, contra viento y marea. Lleva más de 50 años recorriendo América, trabajando por y para los pobres. Cada vez que puede, al menos una cada dos años, vuelve a España. Aún después de medio siglo de trabajo duro en Sudamérica, el sacerdote ha querido conservar su nacionalidad original, que ahora comparte con la chilena. Fue en uno de estos recesos atlánticos cuando I-TRILLO lo entrevistó personalmente en Guadalajara. “No me gusta la frialdad del teléfono”, dijo entonces. Y es verdad que a personas así hay que conocerlas mirándoles a la cara. “Fui ordenado sacerdote en Sigüenza en el año 1954. Siendo estudiante teólogo ya desee ingresar en una congregación de los padres blancos de Africa”, recuerda. Pero el Obispo le aconsejó refrenar su ansia y esperar a terminar su carrera. Entretanto, el prelado seguntino cambió, y “cuando le sugerí esta misma inquietud al entrante, me aconsejó que predicara en la diócesis un par de años y que si transcurrido ese lapso no había novedad, podría marcharme”. Felipe cumplió entonces con bien ese periodo en Cifuentes y Milmarcos, en calidad de coadjutor de la parroquia, “y fue entonces cuando solicité el ingreso en la Obra de Cooperación Sacerdotal Hispanoamericana, la OCSA”. El día 15 de enero del 1957, junto a otros dos sacerdotes españoles que luego correrían suertes dispares, el trillano embarcó en Barcelona con destino a Honduras. “Hicimos escala en La Guaira, en Venezuela, para continuar después hasta Cartagena de Indias. Allí fondeamos una semana más antes de llegar por fin a nuestro destino”. El viaje se había prolongado prácticamente un mes en un barco minúsculo, insalubre, “y repleto de húngaros exiliados que huían de su patria”, cuenta el trillano. En el país centroamericano el bueno de Felipe estuvo prácticamente un año. No era su destino inicialmente, pero el viaje se le hizo muy duro a uno de sus compañeros. Uno enfermó grave y tuvo que volver a España. El otro marchó a Guatemala. Así que Felipe, que había soportado con rudeza trillana la travesía atlántica, se encargó durante un año de organizar un seminario sacerdotal en Santa Rosa de Copán (Honduras). A finales de aquel año 57 “la OCSA me ordenó partir para Chile, concretamente a Viña del Mar, al lado de Valparaíso”. Felipe llegó entonces a la parroquia de San Antonio, donde había otros tres sacerdotes españoles. “Y allí he estado hasta el día de hoy, trabajando para la comunidad”, dice. Durante periodos concretos, el sacerdote tuvo que misionar, en lo que define como la parte más difícil del ejercicio de su sacerdocio. “La selva es horrible por los calores, las pestes de mosquitos y la humedad asfixiante”. Los nativos hablan castellano, pero tienen también sus dialectos. “Mi trabajo allí era determinar su nivel de cultura religiosa, preparando las visitas pastorales del Obispo, formarles hablándoles de lo espiritual y darles confesión”, define. La selva de los años sesenta era inexplorable. Había que avanzar con un machete grande en la mano, “el corvo que le llaman”, apartando la vegetación a golpes. Al margen del clima, alberga otros peligros “de fieras como coyotes o serpientes de un montón de variedades , por ejemplo”. La vida de aquella gente es muy dura. “Solo hay plantaciones de piñas y plátanos como cosechas. La selva es generosa en frutos naturales, pero hay que conocerlos bien si no quieres caer muerto por envenenamiento. En una temporada concreta del año, el cielo se cubre por completo de insectos, lo que anuncia el cambio de clima. Sólo hay dos estaciones, la de lluvias y la sequía”. La sanidad en la selva sudamericana era, por llamarla de alguna manera, “muy elemental”. Felipe cooperaba en el Hospital de Valparaíso y en las llamadas postas o avanzadillas sanitarias en territorio selvático porque había estudiado fundamentos básicos de medicina. Su labor evangelizadora le condujo por los paisajes más agrestes de El Salvador, Argentina y Colombia, tomando Chile como base, país que también ha recorrido de Norte a Sur, misionando en muy diversas regiones. “Incluso estuve evangelizando un mes en Isla de Pascua. Cuatro veces fui a la isla Juan Fernández del archipiélago “Robinsón Crusoe” y cinco veces misioné al personal destacado en las Bases Antárticas Chilenas, viajando hasta allí varios días por aquel mar, tan temido por todos los navegantes”, recuerda el trillano. Gran parte de la situación descrita es la de hace 53 años, pese a que algunas cosas no han cambiado. “La gente era muy humilde, muy sincera y muy respetuosa. No había ejército y el presidente del país era el único que tenía militares a su servicio. Pero desde entonces y hasta ahora la evolución ha sido al mil por uno. Económicamente Sudamérica ha cambiado, políticamente ha cambiado, culturalmente ha cambiado y religiosamente ha cambiado en cierta medida. Son creyentes y a la vez supersticiosos, con hechicerías muy arraigadas de generación en generación”, explica el cura. Después de recorrer cargos, ciudades y selvas por toda América, “ahora estoy en lo que se llama ministerio libre, en el que el obispo no te ordena, sólo te solicita o te sugiere ejercer aquellas actividades que los jóvenes no alcanzan a cubrir”, define Felipe. Siempre hay algo que hacer, mientras haya salud, “porque la mies es mucha, y los operarios pocos”. Pero el trillano no ha olvidado su dura ética de trabajo. “Sistemáticamente, en invierno y en verano, me levanto a las seis y media de la mañana me voy al Hospital Regional de Quillota a atender a los enfermos cama por cama, sala por sala. Es mi razón de vida estar con ellos y compartir su dolor”, dice. Gutiérrez Esquiró coopera a diario en una de las parroquias que él mismo fundó hace muchos años. Volvamos de nuevo al pasado. “El Obispo de Valparaíso, en Chile, me enseñó un mapa y me dijo: tenemos una parroquia, hay que hacer otras tres. Usted se hace cargo de dividir el territorio en cruz y de hacer cuatro feligresías diferentes”, recuerda. Y con mucho esfuerzo, poquito a poco, el trillano ha dejado su enorme huella humana en aquella tierra. “No había iglesia, ni casas, ni terreno cultivado. Empecé entonces mi labor como cura obrero. Trabajé diez años en la empresa Rayón-Said, y con lo que ganaba allí más mi sueldo como capellán formé la comunidad”, recuerda. Felipe recorrió el territorio anunciando que había una nueva parroquia, “la gente se animó y empezó a cooperar”. Así fue como se erigió la primera de las tres iglesias que el sacerdote guadalajareño ha tenido el pundonor de construir en Chile. Se llama Santa Teresita del Niño Jesús. “Ahora, pasados los años, todos los religiosos que llegan allí me piden ayuda porque saben que tengo el respaldo del pueblo, y eso es para mí una gran alegría”. A lo largo de su trayectoria humana, Felipe ha conocido muchos colores políticos en una zona especialmente proclive a la inestabilidad. “Los grupos paramilitares han atentado varias veces contra mi vida, igual que lo hacen todavía hoy contra otros sacerdotes que trabajan con la clase obrera. A mí me han perseguido, me han agredido físicamente en dos oportunidades y he tenido que soportar el insulto de palabra en incontables ocasiones”, dice con entereza y optimismo el trillano. “Hay que seguir adelante”, manifiesta, para después sentenciar que “para mí, lo mejor de todo es no meterte en política y cumplir con la misión de uno, que ya es harto pesada y harto difícil”. La otra cara de la agresión es con la que se queda nuestro protagonista: el agradecimiento de la gente. “Hace poco tuve la ocasión de charlar con un amigo mío español al que conocí en la Patagonia. Me dijo: a tí, compadre Felipe, todo el mundo te quiere”. Y es que no ha sido nunca la intención del trillano imponer su fe. “No peleamos con las otras creencias. La religión se sugiere, se enseña, se predica, pero no se pelea. Y así vivimos felices, trabajando a nuestro nivel. Soy el sacerdote más antiguo en el lugar en el que vivo, y hay respeto por mi opinión, pero yo siempre apelo al diálogo. Trabajamos de la mano con mormones y evangélicos para ayudar a la gente en su sufrimiento”, dice. El trabajo del trillano en los hospitales y sus años de dedicación a la comunidad le han convertido en alguien muy popular y sobre todo muy querido “por lo que le doy gracias a Dios”. Actualmente Felipe reside en la ciudad de Quillota que ya había salido antes en la conversación y que está a 50 kms de Viña del Mar, donde pese a las mejoras experimentadas el nivel de vida es mucho peor que el de España. “Hay una clase media muy grande, pero baja. No hay miseria, pero sí muchos con pocos recursos”, explica. Algo tiene aquella tierra que a Gutiérrez Esquiró le recuerda a España. Los Andes están a un paso. “La selva como tal está en el sur de Chile. En Quillota se come bien, la naturaleza tiene mucho parecido con la española. Hay viñedos, hay limones, naranjos… Si cierro los ojos, el olor es el mismo que el de mi patria”, dice. La Fundación La Semilla Además de su labor sacerdotal, Felipe es un activista de la Fundación La Semilla, un organismo de beneficencia sin ánimo de lucro que trabaja por hacer el bien de muchas personas desfavorecidas en Chile. Tiene sedes en cuatro pueblos de la región de Quillota. En una de ellas hay un centro de señoras mayores en el que tejen, cosen y bordan. La Fundación les ayuda a vender el fruto de su trabajo y a sostener económicamente con él a sus familias. Hay un segundo centro de discapacitados que “inicialmente atendió a 7 y que ahora lo hace con más de 150”, cuenta el sacerdote. En él los discapacitados tienen posibilidad de rehabilitarse, de realizar toda la gama de ejercicios e incluso han conseguido que un autobús accesible trabaje para el centro. El tercero es para guías, “jóvenes que trabajan luego con otros jóvenes”, resume. Dispone de un taller de cerámica, mimbres, muñecas y joyería. Es todo artesanal y los beneficios que salen de él revierten en los mismos muchachos. El último centro es “para niños pequeñitos, para que las madres puedan dejarles allí mientras se van a trabajar”. Tiene atención alimenticia y da de comer a más de cincuenta niños todos los días. La Fundación La Semilla “se construyó con la herencia que recibió una dama que, en lugar de farreársela, utilizó en beneficio de la comunidad, de lo cual todos le estamos profundamente agradecidos”, cuenta Felipe. En todo caso, nuestro sacerdote no ha olvidado a Trillo, ni mucho menos. “Cada días, además de hacer oración, me comunico con familiares y amigos del pueblo. En América a todo el mundo le he hablado del lugar en el que nací, han visto fotografías, revistas, el Eco Diocesano y la Nueva Alcarria. Incluso hay algún matrimonio amigo de allá que ha visitado Trillo”, dice emocionado. Ahora nuestro sacerdote americano vuelve a España “por mi familia, por mi hermana, por mis sobrinos, por mi pueblo y también y sobre todo, por mi Virgen del Campo”, y cada vez que lo hace “me da más pena, porque siempre al regresar me falta uno distinto, así que cuando me voy, también pienso yo: Felipe, ¿volverás o no volverás ya?”. Y es que cuando el sacerdote se fue a América su padre le dijo al despedirse: “Será hasta que Dios quiera, aquí, en la tierra, y si no, ya nos veremos allá arriba”, y eso mismo dice ahora el trillano. La conversación termina, pero él es tan amable de acompañar al entrevistador hasta la puerta del portal por las escaleras bajándolas casi de dos en dos. Durante toda su vida ha practicado deporte. “Fui ciclista y montañés alpinista, hasta unos años atrás. Y lo que más te llamará la atención, también fui equitador, paracaidista y piloto de aviones durante unos veinte años”, dice al despedirse. Afortunadamente parece que a Felipe le quedan muchas semillas que plantar.

 

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